La inteligencia emocional es, sin duda, uno de los conceptos más usados en educación en los últimos años. No es para menos, ya que educar en las emociones resulta de gran valor para que nuestros hijos se conozcan a sí mismos y lo que sienten, además de reconocer lo que otros pueden sentir y reaccionar ante ello.
En la educación emocional se enseña a reconocer las emociones, a ponerles nombre y gestionarlas para educar personas que sean capaces de evaluar y superar situaciones de frustración, ira, tristeza, etc.
Queremos que nuestros hijos crezcan sanos emocionalmente, no cabe duda. Pero en el desarrollo de la inteligencia emocional no debemos obviar que el reconocimiento de las emociones del otro pasa por, evidentemente, ver las emociones en el otro. Muchos padres y muchas madres “ocultan” a sus hijos ciertas emociones, generalmente aquellas consideradas menos agradables, para “evitarles el ver a papá o a mamá así”. No queremos que nos vean tristes o enfadados, evitamos que nos vean llorar porque entonces ellos también se pondrían tristes o se preocuparían. ¿Qué significa que ellos reaccionen así? Los niños tienen una enorme capacidad de empatía. Tienen un “radar” para captar emociones en los demás, especialmente en mamá y papá. Por eso es enorme el valor que tiene la educación emocional, porque ayuda a potenciar y gestionar esa capacidad.
Para nuestros hijos nosotros somos un referente de lo que el mundo les ofrece, somos su primer y más importante contexto social, y aprenden a hablar, a comunicarse, a sentir, a través de lo que ven en casa ¿Qué aprenden si nosotros no queremos que nos vean llorar y nos encerramos cuando estamos tristes? ¿No es sino un escenario de represión emocional lo que mostramos?
No perjudicamos a nuestros hijos si nos ven tristes, preocupados o enfadados. Quizás sea peor que no nos vean así nunca o que perciban que nos pasa algo pero nadie les explique cómo ni por qué. Cuando mostramos nuestras emociones y ponemos palabras a cómo nos sentimos, también “damos permiso” implícitamente a nuestros hijos de mostrar las suyas, les ayudamos a poner palabras a su mundo emocional y, además, les proporcionamos un modelo de cómo gestionar esas emociones en si mismos y en los demás. La educación emocional pasa por ser conscientes del ejemplo que somos para nuestros hijos y saber que ellos harán con sus emociones lo que nosotros como padres hagamos con las nuestras.