La asistencia a actividades extracurriculares dentro de una rutina puede tener un impacto muy positivo en los niños y niñas, reforzando un sentido de la comunidad y un sentimiento de pertenencia, algo esencial para el bienestar de los menores. Como se suelen hacer en grupo o con implicación de otras personas, una de las principales ventajas es el desarrollo de las habilidades sociales debido a que se trabajan aspectos como la colaboración, el trabajo en equipo, la comunicación y la tolerancia, entre otros.
Estas actividades pueden ser un apoyo a nivel educativo, reforzando diversas habilidades cognitivas como la concentración, la atención y memoria, la creatividad o imaginación. En el ámbito físico también pueden suponer una mejora en factores como la motricidad y la coordinación, además del estado físico general y la adquisición de hábitos saludables en su rutina.
Debido a esta frecuente interacción social con niños y niñas de edades similares y demás personas responsables, de una forma, a veces indirecta, se irán desarrollando habilidades emocionales tales como el autoconocimiento, el autocontrol, la empatía o la escucha activa. Esta amplitud de intereses y responsabilidad permite que la confianza en sí mismos mejore y esto influya en su autoestima.
Para que esto pueda suponer un beneficio real, debe existir un adecuado equilibrio entre estas actividades fuera de casa y el tiempo libre, siendo este dedicado al juego libre y al descanso, algo fundamental. Por ello, esta gestión debe ser apropiada, conociendo la naturaleza de las actividades, la frecuencia e intensidad con la que se realizan en la semana y la intención y actitud que se tiene con ellas, tanto los niños como los adultos.
Los adultos somos los responsables y debemos ser conscientes de esta importante toma de decisiones, teniendo siempre presente el bienestar real de nuestros niños y niñas.
Por Paula Gómez Villalvilla
Psicóloga especialista en psicología infantojuvenil y adopción